lunes, 8 de septiembre de 2008

Lluvia...


Thus let me live, unseen, unknown;
Thus unlamented let me dye;
Steal from the world, and not a stone
Tell where I lye.


Alexander Pope



Dejó su mochila a un lado y se sentó a la sombra del árbol.

Las hojas y el césped se mecían con tal suavidad que hasta el tiempo parecía haberse dormido.

-“No podemos ver el viento, pero sí su voluntad...” - Palabras fugitivas de algún libro, alguna película u otra ficción de su memoria. Todos sus recuerdos comenzaban a acercarse como tímidas criaturas, mientras una guitarra lejana coloreaba sutilmente la escena. Pero no estaba ahí para eso.

Tomó una hoja de papel de su cuaderno y con mucho cuidado dejó caer sobre ella sus pensamientos. Palabras, símbolos, formas, la inquieta semiótica de sus latidos. Esta era su clave y su secreto. Él creía que las palabras importantes no debían pronunciarse abiertamente (...aun así, tenían que ser liberadas...). Le resultaba complicado justificar esta postura, muchas veces se sintió ridículo al intentarlo, pero en esos ínfimos y solitarios instantes de claridad, que todos experimentamos, su intuición le daba la razón.

La locura, la poesía, la forma de la forma de la forma y (en espiral) el Misterio detrás,...por todo eso, tal vez, formó una paloma con la hoja y la dejó posada entre las ramas del árbol.

-...vos sabrás... – le sonrió.

Recorrió el parque entonando una canción en voz alta, lo suficiente para que la gente a su alrededor lo escuche , pero no tanto como para incomodarlos. Caminaba desinteresadamente, sin embargo esperaba que alguien reconociera la melodía, buscaba una mirada cómplice, una sonrisa, un puente. Nada ocurrió.

La tarde encendió su buen humor, así que en lugar de padecer sofocado por la ominosa urbe, se dedicó a buscar en sus calles pequeños vestigios de eso que lo inspiraba, un poco de luz, un poco de magia, y así, como quien ofrece una tregua, se dejó conmover.

Su sombra buscaba el horizonte, mientras se acercaba inadvertidamente al barrio de su infancia. Detrás de una chapa, que ocultaba la entrada a un edificio en construcción, se asomó un gato negro de aspecto algo descuidado, pero sin dudas bien alimentado. La oscura y opulenta simetría de la criatura lo rodeó, para luego detenerse frente a él con aire majestuoso, en claro gesto de esperar una reverencia. Un instante después frotaba el cuello contra su pierna y arqueaba el lomo buscando un poco de afecto.

Mientras saludaba a su nuevo camarada divagó sobre la naturaleza de la empatía, sobre los posibles vínculos que surgen entre dos almas. ¿Que vemos en el otro, sino la terrible convergencia de minúsculos y gélidos determinismos? El otro (uno mismo) es la Maquinaria, que es el Universo. Ese pensamiento en su forma extrema negaría las partes, la individualidad, la real existencia de cualquier cosa que no sea el Todo...así, como engranajes infinitesimales, nuestros lazos son solo funcionales a un reloj absoluto y solitario.

- miou!- protestó el gato.

- si , esta bien, a veces soy medio exagerado... la verdad , tampoco me convence mucho la idea. -(sin haber dicho una palabra, sabía que sus pensamientos eran transparentes al fulgor de esos ojos nocturnos.)

- la conciencia es demasiado incierta... ¿como medir la influencia de unos en otros? ¿Quien sos, quien fuiste, quien serás para mi?...- dijo, involuntariamente pensando en ella.

- a nuestros ojos (tan torpes...) la mayoría de las personas son sombras, imágenes acartonadas, definidas por un “ buen día!” en el ascensor, “no tengo monedas” en el supermercado, o “ fijate por donde vas tarado!!!”... entonces, a pesar de todo, alguien se acerca... - murmuró esto mientras rascaba la barbilla del felino, que cerraba sus ojos complacido.

Un manto de nubes cegaba las estrellas y el aire traía consigo el aroma de la tierra húmeda.

Llegó finalmente hasta la entrada del que fue su hogar.

El cielo rugió.

Casi cae en la trampa de buscarse en su pasado, de anudar sus días y sofocarse sin remedio.

Pero solo quería saborear la nostalgia , con inocencia , con el corazón abierto a lo que fluye y cambia para siempre. Y lo hizo , por un dulce momento.

Escuchó el crepitar de la lluvia, observó el aura formada por el rebote de las gotas en las copas de los arboles... y luego vio sus manos. En ese lapsus de incredulidad, encontró certeza en los ojos del gato. Su semblante irradiaba la misma severidad, la misma nobleza que en aquel instante cuando se encontraron. Su pelaje ahora era puro como el abismo, como la ausencia... y al igual que sus manos, estaba mas allá de la lluvia.

La forma felina comenzó a alejarse lentamente y, de alguna manera, él sabía que podía elegir. Sin dudar demasiado, la siguió.

En ese momento, en otro lugar, una mujer juraría haber visto una paloma de papel en la ventana.



1 comentario:

♥ஐMaría Cieloஐ♥ dijo...

Me encanta cómo manejás las ambigüedades!